Reconozco mirandome al espejo
que me siento como monedas masticadas por otros,
mostrando su rostro,
antes distintas posibilidades
de volver a ser.
Por esa ventana se cuela mi espiritu
mordiéndose la espalda,
delineando su furia con ojos salados.
Entonces, le pido permiso a la luna
que descanza en mi oreja para nacer otra vez,
ahora que todo es agua diluida
y cada litoral muere.
El cielo, esa inmensa branquia redentora
de viejas falsedades,
me contempla y me cierra los ojos
para que siga soñando,
ausente o porque no, en sombras.
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